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Evelyn Arizpe. En: Espacios para la lectura. Órgano de la Red de animación a la Lectura del Fondo de Cultura Económica. Año 1, núm. 1, invierno de 1995, pp. 11


Jacqueline Held, en su libro Los niños y la literatura fantástica, nos advierte de las dificultades de definir la fantasía y, por lo tanto, también la realidad. ¿Qué es lo irreal? La fantasía, ¿es lo imaginable o lo inimaginable? ¿es racional o irracional? ¿Existen la fantasía y el realismo “puro”? ¿La literatura, es fantástica o es real? Al remitir esta discusión al campo específico de la literatura para niños es común arribar a la discusión en torno de los poderes benéficos y “maléficos” sobre la fantasía.

El debate es muy antiguo. La noción de que la fantasía puede ser nociva es una creencia que podemos encontrar en los diálogos de Platón (La República) y que perdura aún ahora. Hasta este siglo no era considerado conveniente el que las mujeres y los niños estuvieran expuestos a lo que no era real, dado que podía trastornar su pensamiento y hasta causarles fiebres. Y en estos tiempos no son pocos los que consideran la literatura “escapista” y las películas que hacen creer a los niños que pueden volar.

Por contraparte, para muchos otros, los animales parlantes y otros elementos fantásticos son ideales para transmitir lecciones o comunicarse con los niños pues consideran que los menores aprenden más fácilmente a través de lo ficticio.

El debate se centra en los cuentos de hadas tradicionales. Las objeciones que muchos adultos oponen a éstos, al menos a sus versiones no edulcoradas son, por un lado, que este tipo de fantasía los hace evadir de la realidad, y por otro, que contienen referencias sobre sexualidad, muerte y crueldad inadecuadas para los niños (las mismas que se censuran en los cuentos realistas). De ahí las sugerencias de “limpiar” los cuentos de hadas de lo que pueda resultar nocivo y el hecho de que las versiones de Walt Disney de los cuentos clásicos sean tan populares.

Por supuesto, no todos las aceptan. En Psicoanálisis de los cuentos de hadas, --uno de los libros mas citados acerca de este tema--, Bruno Bettelheim sostiene que estos cuentos ayudan al desarrollo psicológico y social del niño, ya que le permiten enfrentar simbólicamente obstáculos que vive en la vida real y vencerlos junto con el héroe. De esta manera representan la esencia del proceso del desarrollo humano y logran que el niño se comprometa con él, además de proporcionarle una satisfacción inconsciente.

Sin embargo, justamente porque los beneficios se dan en el inconsciente, es difícil comprobar --fuera del contexto terapeútico-- como la literatura actúa y hasta que punto el niño realmente pasa por este proceso psicológico.

Bettelheim menosprecia lo que él llama “cuentos realistas” porque cree que los niños todavía no tienen una comprensión de lo abstracto, necesaria para entender esos cuentos. Esto s válido sobre todo entre los libros de lecturas en los que se incluyen cuentos realistas ñoños y simples que difícilmente tendrán un efecto profundo en el niño. Sin embargo, existen también cuentos realistas contemporáneos que permiten la reflexión y también contribuyen al crecimiento interno. Como dice Mathews, existen cuentos fantásticos que no son cuentos de hadas y que invitan a considerar mundos diferentes a través de una experiencia positiva para el lector. Tanto los cuentos realistas como los cuentos fantásticos, tradicionales y modernos, pueden llevar a los lectores a cuestionarse y reflexionar acerca de sí mismos y del mundo que los rodea.


La opinión de los lectores


Pero, a todo esto, ¿qué dicen los lectores? Varios estudios han comprobado que, hasta cierta edad, los niños perciben los cuentos fantásticos como reales, y después, conforme aumenta su experiencia lectora, comprenden que son creaciones de un autor o inventos de un cuentero. Por ejemplo, cuando en un estudio Applebee les preguntó a los niños entre cinco y seis años donde vivía Cenicienta, sus respuestas indicaron que creían que era una persona real, aunque viviera “muy lejos”. Los niños de ocho y nueve años, sin embargo, hicieron una distinción entre el personaje fantástico y la realidad, y contestaron que ella sólo existía dentro del cuento. Finalmente, el proceso lector los lleva a comprender que ellos mismos pueden crear personajes e inventar sus historias.

Lo relevante del caso es que la capacidad del lector para distinguir entre la realidad y la fantasía parece no ser necesariamente una consecuencia de la edad sino de la experiencia lectora. Cuando se le preguntó a un grupo de adolescentes sobre las razones por las cuales la autora de El ladrón había escrito el libro, algunos dijeron que era porque el autor o a algún conocido les debió de haber sucedido algo parecido. Es decir, estos jóvenes no lectores todavía no alcanzaban a comprender del todo que un autor puede inventar un mundo completamente ficticio, que los personajes pueden no tener que ver con su experiencia sino con el poder de su imaginación.

En otra entrevista a estudiantes entre 12 y 15 años sobre sus preferencias por lo fantástico o lo real, las respuestas fueron mixtas. Por un lado, preferían los libros realistas ya que éstos les presentaban situaciones “reales” (es decir, que a ellos les podrían suceder) y la resolución de conflictos, que tomaban como guías para resolver situaciones parecidas. Por ejemplo, sobre Anatol y Desiré, un libro sobre los problemas de un joven con sus padres, Diana dijo lo siguiente: “me gustó porque así son las cosas que les pasan a los jóvenes. Por lo menos ya sabes lo que te puede pasar, desde cómo es la vida y qué les pasa a esas personas y cómo lo afrontas todo”. Por otro lado, les gustaban los libros fantásticos por la magia y porque los sacaban de su mundo cotidiano. Cuando leyeron Encantaconio, un libro sobre una niña ciega y un unicornio, Juan dijo: “Pues Encantacornio me gusta, trae fantasía, hechos que no son reales pero como que nos transportaba a otro lugar nomás de leerlo”.

En su libro, Held reproduce las respuestas de los niños a sus preguntas sobre los cuentos fantásticos y algunos cuentos que escribieron niños. Al analizar este material descubre, por ejemplo, la fascinación que tiene para ellos la idea de la transformación (que una calabaza se convierta en la carroza de Cenicienta) aún cuando tienen la suficiente edad para comprender que esto no sucede en realidad. Conforme se desarrollan como lectores y escritores, las fantasías se vuelven más complejas (por ejemplo, los hombres comienzan a preferir la ciencia ficción), pero parecen proporcionarles los mismos tipos de satisfacciones que los cuentos sencillos.

Es posible que las preferencias de los niños por los relatos fantásticos o los realistas esté en relación con los distintos momentos de su crecimiento. En el momento de pasar de la niñez a la adolescencia, cuando tienen que enfrentar problemas reales, pueden buscar tanto libros que piensan que les van a sugerir soluciones como también libros que les van a ayudar a olvidarse de esos problemas por lo menos un rato. Mientras que en la infancia y la niñez todavía están experimentando las posibilidades de ser, en la adolescencia tienen que comenzar a aceptarse como son y saber que no pueden transformarse en un héroe valiente o en una princesa. Los problemas surgen cuando a esa edad todavía no se distingue entre la fantasía y la realidad; esa carencia puede ser peligrosa.

En este sentido no está mal sugerir a los niños actividades que pueden aumentar el placer de las lecturas fantásticas.

Una buena manera de comenzar es formular la pregunta: “¿qué pasaría si...?”, tanto para estimular el interés en un libro o para escribir una historia propia. Durante la lectura se puede invitar a hacer predicciones acerca de lo que va a pasar a corto y a largo plazos. Al concluir se pueden ilustrar ciertos momentos importantes, trazar los movimientos de los personajes en un mapa, llevar un diario de sus pensamientos o escribirles cartas, discutir acerca de los límites entre la fantasía y la realidad, hacer tiras cómicas o una obra de teatro basada en el texto, etc. Un buen libro para comenzar es gramática de la fantasía de Gianni Rodari, que contiene actividades para ejercitar la creación fantástica.

¿Por qué los autores invitan a los niños a jugar con la fantasía y la realidad?, ¿por qué mezclar los mundos o crear uno totalmente fantástico? Tal vez porque en cualquiera de los tipos de fantasía, desde la más sencilla hasta la más compleja, encontramos las preocupaciones filosóficas más profundas. La función de la literatura es invitar a participar activamente en la elaboración de significados y así ofrecer un sinfín de mundos posibles para la reflexión y el desarrollo del lector, como tal y como persona.

En: Espacios para la lectura. Órgano de la Red de animación a la Lectura del Fondo de Cultura Económica. Año 1, núm. 1, invierno de 1995, pp. 11


Visto en: http://redescolar.ilce.edu.mx/





Ilustración: Moony Khoa Le



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